Sunday, November 04, 2018

Botas vaqueras

Sentarse en la banca del parque era una de sus actividades nocturnas favoritas, un momento de reflexión, un poco de tiempo para si mismo en un ritmo de vida que no se lo permitía. A veces se llevaba un café, lo que nunca llevaba era su celular, realmente respetaba ese pequeño ritual, rodeado de la noche, del raro y preciado silencio (o al menos el silencio que una ciudad ssobrepoblada permite). Pero esa noche había llovido, la banca estaba mojada y fría, no parecía una buena idea sentarse y enfriarse el trasero, sin embargo lo hizo, realmente necesitaba pensar, o dejar de pensar, necesitaba sentir algo distinto, algo que lo sacudiera.

No fue el frío, ni el agua helada de la banca de metal , fue un sonido totalmente ajeno al entorno, un sonido lejano que llamó de inmediato su atención, que poco a poco se acercaba, eran pasos, que resonaban en el ambiente húmedo y solitario, pasos firmes, con un ritmo muy definido , ni apresurado ni lento, dígamos que decidido, con un propósito, pasos que sabían muy bien a dónde iban, a qué hora llegarían a su destino y lo que harían al llegar ahí.

Se puso de pie y miró hacia donde calculaba que provenía el sonido, alcanzó a distinguir una silueta que avanzaba en su dirección.

Aunque no podía verla bien, supuso que se trataba de una chica en tacones, ningún zapato de hombre podría resonar de esa manera, además ahora que tenía un confirmación visual de que realmente era una persona la que producía ese sonido, el ritmo acompañaba un balanceo casi hipnótico, una danza ritual que consistía en avanzar continuamente, sin detenerse ni mirar atrás.

La imagen se fue aclarando con la cercanía, efectivamente era una chica, llevaba  un impermeable abierto, un pantalón corto y lo que parecían ser botas vaqueras, no tacones como lo había supuesto. Botas vaqueras que retumbaban contra el asfalto, que no se detenían ante los charcos que obstaculizaban su camino, las manos en los bolsillos y una mascada en la cabeza que dejaba escapar algunos mechones de cabello oscuro y rizado. Se preguntó porqué no llevaba un sombrero vaquero, sería lo más lógico, pero la lógica no parecía ser parte de aquella chica, la lógica no parecía ser parte de aquella noche.

Finalmente se acercó lo suficiente para verla con claridad, usaba unas enormes gafas de pasta , era de piel morena con labios carnosos y sensuales. Él permanecía de pie, admirando esa extraña y fortuita aparición nocturna. Por un momento llamó la atención de la chica, que bajó ligeramente el ritmo y lo miró con extrañeza, no supo qué decir, no supo si debía decir algo, solo de quedó ahí, inmóvil mirándola fijamente, tal vez sonrió, no estaba muy seguro,pero cuando sus miradas de encontraron sintió como la sangre corría y calentaba sus mejillas, ruborizándose como un adolescente. 

Lo pasó de largo, regresó a su paso  continuó caminando de frente y decidida. 

Volvió a sentarse, esta vez si le molestó el agua fría en su ya mojado  trasero, los pasos se alejaron y poco a poco fueron desaparecieron, primero de su vista, después de sus oídos. 

Se preguntó si se le verían bien unas botas vaqueras, pero casi de inmediato se dio cuenta de que no era una buena idea.

Thursday, August 30, 2018

Cuéntame tu secreto

Cuéntame tu secreto
¿Te lo cuento o te lo invento?

La gran peculiaridad de los secretos es que, como no están diseñados para ser públicos, pueden ser ideados, maquinados, confabulados y aún así ser reales, porque solo existen, o sólo deberían existir entre dos personas o en un grupo muy reducido si fuera el caso.

La verdad en un secreto es subjetiva, y está sujeta a interpretación y ese en realidad, es el secreto mejor guardado, el que nunca se revela, aquel que se queda enterrado en lo más profundo de nuestra conciencia hasta que termina por olvidarse o se va modificado hasta convertirse en una mentira que valga la pena ser revelada como un secreto.

Thursday, August 16, 2018

Broccoli

El brócoli se da mejor en verano, eso fue algo que aprendí en Lecce 


¿Porqué fui a Lecce? Es una historia totalmente distinta, no tenía ninguna intención de viajar por el sur de Italia pero mientras estaba en Roma me escribió mi prima Renata diciéndome que mi abuela quería una medallita de la basílica de la Santa Croce.

No es como que todos los días esté por Italia, y cuando tu abuela te pide algo así, no tienes mucha opción. Así que, tres días y tres trenes después, caminaba por el empedrado de la Via Umberto, con una medalla de San Benito en la mano, sudando como un puerco y sin mucha idea de qué hacer.  -  San Benedetto è molto miracoloso- una voz femenina me dijo a la espalda. Giré hacía ella e inmediatamente creí en lo que me decía, San Benito había cumplido su primer milagro, me había traído un ángel de piel bronceada por el sol, labios rojos, ojos grandes y un bosque que parecía escapar ente la mascada que usaba sobre sobre la cabeza, la foresta inexplorada, indomable.

Scusa- le respondí mintiendo- Non credo nei miracoli. Mi respuesta la hizo reír. - Non ti credo- me dijo mirándome fijamente a los ojos. -  Tutto in questa vita, é un miracolo. 


Me tomó de la mano y comenzó a caminar.

La seguí sin dudarlo ni un instante, por alguna razón me sentía en paz con ella. Me hablaba de la historia de la Ciudad, de cómo fue fundada y de la dominación del Imperio Bizantino, los normandos y los nazis. De población que ha sufrido invasiones y pestes, y aún así es alegre y despreocupada. 

En el camino hacia la costa, pasamos por un sembradío de brócoli, miré esa melena exhuberante y no pude evitar echarme a reír a carcajadas. - ¿Cosa fai? - me preguntó extrañada. - Sono i tuoi capelli, contesté tratando de aguantar la risa  - Sembra un broccoli.

Nos reímos como unos bobos como por 10 minutos. 

Esa tarde fue inolvidable, paseamos y hablamos de cosas sin importancia; yo prometí escribirle, pero nunca lo hice. Tal vez sea porque no quise arruinar la magia de una tarde con la aburrida cotidianidad. Al otro día le compré otra medalla de San Benito a mi abuela, la original la guardé para mí, como uno de los mejores recuerdos de mi vida.

No como brócoli porque me recuerda a su cabello y me hace reír, nadie lo entiende. No me importa, es una de esas historias a las que recurro, un pequeño refugio de la memoria.

Templos

Una de las.cosas que me intrigan de los templos, es para qué o para quién están construidos. Lugares de adoración a los dioses, centros ceremoniales y sagrados.

Íconos de belleza arquitectónica, epicentros de sabiduría ancestral.

Extensiones del cielo o del inframundo, cuerpos celestes depositados en la tierra con el propósito de convertirse en refugios, santuarios para quienes son dignos de visitarlos, de quienes son bienvenidos en la tierra prometida, en territorio sagrado.

Yo, un simple mortal sin linaje ni espiritualidad, me limito a rodear el templo, un simple turista, que quiere aprender, que quiere saber más sobre los misterios que guarda.

Que se sabe ajeno, que espera en el exterior sonriendo, como si los dioses le fueran a conceder la venia de poder pasear por los  pasillos prohibidos de una civilización ancestral cuyo encanto y fascinación a veces no le dejan dormir.

Wednesday, August 15, 2018

La mentira más grande del mundo

Te diría que ya no me acuerdo de ti y de tus ojos profundos que miran un poco más allá de lo que regularmente consiento.

Que no tengo memoria de tu cabello que juega y se enreda entre mis pensamientos en los momentos más inoportunos.

Que tu sonrisa, no es el suave suplicio que refleja tantas cosas que se hace imposible no mirarla.

Te diría que ya no recuerdo cómo eres, pero sería la mentira más grande del mundo.

Tuesday, August 14, 2018

Omnipresente

Siempre y en todas partes, 

aunque no quiera, 

la idea de ti 

invasiva, resiliente.

Constante y en todo momento

aunque la evada,

tu imagen,

incisiva, insistente.

A todas horas y a donde vaya

aunque me niegue,

las ganas de querer

inquebrantables, impertinentes.

Pero la realidad es distinta,

no es negociable

lo que no puede ser

implacable, omnipresente

Sunday, August 12, 2018

Suite No 1

No lo hago por el dinero, en primer lugar porque no recibo lo suficientemente y en segundo lugar por el riesgo que corro, toco en el metro como un acto de disrupción. Me gusta pensar que al escuchar a Bach en el metro, las personas se distraen, se confunden, se sorprenden o se asustan.

Cualquiera de estas reacciones los saca de cualquier estado mental en el que vengan y esto hace que el cerebro se active y por lo tanto fluya la creatividad.

He recibido muchas y muy diversas reacciones cuando planto mi violonchelo en pleno andén del metro y me pongo a tocar: sonrisas, aplausos, abucheos, burlas, palmadas de apoyo, señas groseras y la verdad es que agradezco cada una de ellas; porque cada reacción, buena o mala significa que la música los ha tocado y han salido de la rutina para prestar atención a la música y manifestarse al respecto. Esa es la finalidad del artista, trascender de tal manera que el público muestre sus emociones, se inspire, se motive, se inquiete.

Esta noche una chica se detuvo a escucharme, me miraba como si no estuviera totalmente segura de que en realidad estuviera ahí, como si fuera una aparición o la materialización de un recuerdo lejano.

Sacó un lápiz y una libreta y se puso a dibujar, (o al menos creo que eso hacia). 

Finalmente llegó un tren, me dijo adiós con la mano, se subió y de fue. Alcancé a ver que miraba a través del vidrio de las puertas mientras el tren se alejaba.

Me hubiera gustado ver el dibujo, me hubiera gustado saber su nombre, besar sus labios rojos y carnosos.

Tal vez la próxima vez, si la música nos vuelve a encontrar. Mientras tanto, seguiré tocando para ella, hasta que la encuentre o me encuentre. Lo que ocurra primero.

Tuesday, August 07, 2018

Como Juan Escutia

La velada era perfecta, la música, el ambiente, la morra que acababa de conocer, ¿no les ha pasado que platican con alguien cinco minutos y sienten que le conocen de toda la vida?. Subimos como 20 instagram stories, yo la miraba a los ojos y me reflejaba en su sonrisa. El tiempo transcurría lento, como si tuviera un pacto con Cronos que hacía que cada minuto juntos se sintiera eterno, como si por por primera vez en mucho tiempo, el viento soplara a mi favor.

La invité a la azotea, me siguió tomándome del brazo, sus palmas eran ásperas, manos de artista, su cabello, un enigma de serpientes enredadas que me llamaban, que me atraían para convertirme en piedra. Era medusa, yo Perseo.

Nos gustaban las mismas rolas, nos reímos de las mismas tonterías; yo le dediqué mi sonrisa número 4, esa que dice: no me estoy riendo de ti, me estoy riendo contigo. Todo lo que decía me parecía interesante, todo lo que yo decía la hacía sonreír.

Así que me armé de valor y me lancé como Juan Escutia hacia sus labios, el lance más valiente que una persona puede realizar, porque siempre se corre el riesgo del terrible y humillante fracaso, el fuego ardiente del infierno del rechazo, pero por otra parte, está la gloria de la correspondencia, la experiencia inolvidable del primer beso.

Y como Juan Escutia, encontré el vacío, el aire helado de la noche congelándome los pómulos, el horror de no querer abrir los ojos y saberme derrotado por las fuerzas invasoras, aferrado a mi bandera, transitaba en la caída heróica de quien se lanza por todo y se queda sin nada.